Con frecuencia relacionamos el oficio del detective con algo emocionante y arriesgado. Y es que cuando imaginamos un investigador privado pensamos en una persona con gabardina y sombrero, que se dedica a investigar casos peligrosos como asesinatos o secuestros.
La realidad, como era de esperar, es otra. Los delitos importantes y más peligrosos se dejan en manos de la policía y los detectives privados suelen realizar investigaciones de otro tipo de casos. No obstante, son muchos los abogados que, en algunas cuestiones civiles, como divorcios o custodia de hijos, piden los servicios de detectives privados para aportar evidencias. También es algo usual que las compañías de seguros contraten sus servicios, para comprobar la validez de los hechos y de las denuncias que se realizan. Pero lo cierto es que la mayor parte del trabajo de los detectives proviene de personas desconfiadas o, simplemente, curiosas que quieren saber si sus parejas les son infieles o si sus hijos son buenos, como también de compañías que les contratan para encontrar personas morosas que deben grandes cantidades de dinero. Trabajos a los cuales se les ha añadido la investigación sobre casos de falsificación de personalidad o de datos a través de Internet.
El oficio del detective se centra, pues, en la aportación de pruebas en casos civiles, la comprobación de denuncias, el seguimiento de cónyuges sospechosos de infidelidad, la búsqueda de morosos y de internautas mentirosos. Funciones necesarias y complicadas pero que, inevitablemente, quedan un poco lejos de las de los detectives que podemos encontrar en las películas y las novelas.